Experiencia Expan: Mumbai, Varanasi y los tesoros de India

Hay destinos que no solo se visitan, sino que se viven. India es uno de ellos. Un país que no se deja encasillar, que desborda los sentidos y expande la mente. Viajar a India es un acto de entrega, una inmersión profunda en un universo de espiritualidad, contrastes, historia milenaria y hospitalidad desbordante.
En esta segunda parte de una Experiencia Expan única de viaje, Alfonso Hartard, Socio y Gerente General de Expan Tours, descubrió los contrastes de Mumbai, la mística de Varanasi, el esplendor de Delhi y Agra, y el color de Jaipur, en una travesía que revela los tesoros más profundos de una civilización que desafía la lógica occidental.
Un viaje a India que comenzó en Turquía
Todo gran viaje nace de un impulso. En este caso, la chispa fue una invitación a una feria internacional de turismo en Jaipur, la «Ciudad Rosada» del Rajastán. Pero esa invitación fue solo el portal a una experiencia que superó expectativas y prejuicios.
«Llegar a India implicó más de 30 horas de vuelo desde Santiago, haciendo escala en Estambul con Turkish Airlines, una ruta que combinó dos civilizaciones históricas: la otomana y la india«.

Lo que hace posible esta experiencia es el programa Stopover in Istanbul de Turkish Airlines. Si tienes una escala de al menos 20 horas, puedes alojarte gratis en hoteles especialmente seleccionados.
Con este stopover, los pasajeros de clase económica reciben una noche en un hotel 4 estrellas con desayuno incluido, mientras que quienes viajan en clase ejecutiva disfrutan de dos noches en hoteles 5 estrellas o boutique.
El proceso es sencillo: solo hay que enviar algunos datos —nombre, código de reserva (PNR), número de billete, fechas deseadas, tipo de habitación y contacto— al menos 72 horas antes del vuelo.
India, tan vasta como ancestral, parecía en un principio un universo ajeno, quizás incluso desafiante, pero representaba un destino por descubrir: «India estaba en mi bucket list número uno, y la feria fue la excusa perfecta para recorrer sus esenciales«.

«O la odias o la amas‘, dicen muchos sobre la experiencia en India, repitiendo un cliché que suele intimidar y alejar a algunos. Pero nada más injusto que reducir a esos extremos un destino cargado de gente extremadamente gentil, con rituales milenarios, valores profundos, y una tierra rebosante de culturas, historia, monumentos, colores y sabores.
Mumbai: La ciudad de los contrastes
El viaje comenzó en Mumbai, la capital financiera y cinematográfica del país. Una metrópolis que vibra con el pulso de más de veinte millones de personas, donde los rascacielos conviven con barrios humildes, y la riqueza de ‘Bollywood’ brilla a pocas cuadras de los slums.

Mumbai es una ciudad que exige energía. Su calor húmedo, sus colores y ruidos, su velocidad, son una introducción abrupta pero fascinante al caos ordenado de India.
«Pasear por las calles de Mumbai es sumergirse en la armonía del caos, un vaivén constante donde el ruido es banda sonora y la multitud un paisaje en movimiento. No es el estrés de las prisas ni la tensión de los malos gestos. Aquí, el bullicio no oprime, sino que acompaña«.

Mumbai es ruidosa, pero menos estresante de lo que uno imaginaría: un mundo civilizado que late a su propio ritmo. Entre el claxon, la algarabía de los vendedores y el ir y venir incesante, el caos fluye como un río manso. La armonía del caos.
«Entre sus tesoros, destaca la Puerta de la India, imponente frente al mar Arábigo, y el histórico Taj Mahal Palace Hotel, símbolo de la elegancia colonial. Desde allí, un ferry te lleva a la Isla Elefanta, donde se encuentra la Cueva de los Elefantes, templos excavados en la roca con esculturas dedicadas al dios Shiva«.

Quizás la experiencia más impactante en Mumbai fue la visita a Dharavi, uno de los asentamientos informales más grandes del mundo.

«Lejos de los estigmas, se revela como un corazón palpitante de microindustrias: reciclaje, curtiembres, textiles, todo con un nivel de organización que desafía las expectativas. Es un lugar donde la resiliencia se transforma en motor económico«.
Varanasi: El alma espiritual de India
Si Mumbai es un choque de modernidad y sobrevivencia, Varanasi es puro espíritu. Considerada la ciudad más antigua del mundo aún habitada, este rincón sagrado a orillas del río Ganges es, sin duda, uno de los lugares más conmovedores del planeta.

«En Varanasi, la muerte se celebra. Los ghats (escalinatas que descienden al río) son escenarios de vida cotidiana y rituales fúnebres. A cualquier hora se puede ver a personas bañándose para purificarse, o a familiares acompañando la cremación de sus seres queridos«.

En los ghats, la vida y la muerte conviven sin conflicto. La llama que alimenta las piras funerarias lleva ardiendo miles de años sin apagarse. Y cada noche, la ceremonia del Aarti honra a “Mamá Ganga», para luego reanudar la devoción al amanecer.
«La gente de India quiere morir ahí, en el río, que sus cenizas queden ahí, porque para ellos es un camino directo al Nirvana, sin tener que pasar por futuras reencarnaciones«.

Amanecer en una barca sobre el Ganges es un espectáculo sensorial: los cánticos, el humo del incienso, los colores de los saris, el murmullo del agua y la visión de miles de fieles que, en su fe inquebrantable, transforman la orilla en un teatro místico.
«Contar con un guía Brahma, un sacerdote que conoce las escrituras y los secretos de la ciudad, puede ser la clave para interpretar los símbolos que rodean este destino«.

La reflexión del viajero
«Varanasi es el equivalente a La Meca para el hinduismo. Allí se encuentra el Río Ganges, las aguas sagradas y purificadoras de la diosa Ganga, rodeadas de numerosos templos que se esparcen por sus milenarias y angostas calles, y por los ghats que desembocan en el río, el cual purifica las almas de cientos de miles de peregrinos que llegan cada día.
Morir, cremar y esparcir las cenizas en el Ganges es considerado un pase directo al Nirvana. Así como bañarse en sus aguas simboliza un renacer, en Varanasi la vida y la muerte se entrelazan en un contexto armonioso, pacífico y profundamente espiritual. Todo ocurre bajo un viento tibio que dispersa el humo de las piras funerarias, impregnado con aromas de aceites e inciensos, mientras las banderitas flamean suavemente en la ribera«.
Delhi, Agra y Jaipur: El triángulo de oro
Tras dejar Varanasi, el viaje continuó por el conocido «triángulo de oro«: Delhi, Agra y Jaipur, el circuito clásico para quienes visitan el corazón del norte indio.
Delhi, capital política e histórica, ofrece una dualidad entre lo antiguo y lo nuevo. De un lado, el legado mogol se despliega en monumentos como la Tumba de Humayun y el Fuerte Rojo. Del otro, avenidas modernas, hoteles de lujo y palacios reconvertidos en alojamientos. La ciudad es una mezcla de tradiciones, tensiones y adaptaciones al siglo XXI.

En Agra, la joya indiscutida es el Taj Mahal. Este mausoleo de mármol blanco, construido por amor, se eleva como un poema visual. No hay imagen que le haga justicia. Visitarlo temprano, cuando el sol apenas acaricia sus cúpulas y la multitud aún no ha llegado, permite una conexión íntima con su belleza silenciosa.

Finalmente, el viaje desemboca en Jaipur, la ciudad que se tiñó de rosa para recibir a la realeza británica en el siglo XIX. Sus calles ordenadas, sus bazares vibrantes y su arquitectura majestuosa la convierten en una de las urbes más fotogénicas de India. El Fuerte Amber, con sus paredes doradas y sus vistas de ensueño, es un testimonio del esplendor de los maharajás.

Derribando prejuicios: India desde otra mirada
«Uno de los aspectos más reveladores del viaje fue la oportunidad de desmontar mitos que rodean a India. Se habla de pobreza extrema, de caos, de insalubridad. Sin embargo, la realidad es mucho más compleja. India ha avanzado notablemente en desarrollo económico, acceso a la educación (que es obligatoria) y calidad de vida.
La criminalidad es baja y la sensación de seguridad fue constante en todas las etapas del viaje. La versión contemporánea de India, con sus desafíos y sus logros, está lejos del estereotipo reductivo, a pesar de que el sistema de castas persiste culturalmente«.

Además, el país deslumbra por su hospitalidad. El viajero es recibido como un dios: «El saludo con las manos juntas, Namasté, no es solo una forma de cortesía, sino una expresión de respeto profundo. Es una declaración de el que saluda, reconoce en ti un ser único«.
«Los hoteles, muchos de ellos antiguos palacios convertidos en alojamientos, ofrecen un servicio que roza la perfección. Honran al huésped«.

Una experiencia para abrir la mente
«India no es un destino de desconexión, sino de reconexión. Es un país que obliga a mirar más allá de los sentidos, a cuestionar lo aprendido, a relativizar lo propio. No es un lugar para buscar fiesta ni vida nocturna, sino para sumergirse en la espiritualidad, en la diversidad, en la historia.

Es un viaje para quienes buscan conectar, para quienes sienten curiosidad por el mundo y desean encontrarse con realidades distintas. Aquí no hay zonas grises: hay intensidad, hay contraste, hay humanidad en estado puro».
India ofrece paisajes de montaña en el norte, playas tropicales en el sur, ciudades sagradas, selvas con tigres, mercados con aromas de mil especias y templos que datan de hace milenios. Todo convive en este mosaico inmenso y vivo.

«Viajar a India demanda dejar atrás todo paradigma occidental y entregarse a la experiencia con la mente, el corazón y el espíritu abiertos. Abandonar las expectativas y aceptar que este lado del mundo se rige por otras verdades y lógicas diferentes es la llave para descubrir su verdadera esencia«.
Si deseas conocer la primera parte de este viaje a India, te recomendamos leer «Experiencia Expan: Stopover en Estambul, ideal antes de viajar a India«. La aventura comenzó en Turquía y terminó en India, donde, inevitablemente, los viajeros se conectan espiritualmente con su sagrado entorno.

«Al final, el camino en India no es solo un trayecto físico, sino una puerta de entrada a una espiritualidad que no se mide en templos aislados ni en una única fe, sino en millones de creencias que conviven, se cruzan y se entrelazan en cada esquina. Es una experiencia que abruma por su intensidad y fascina por su profundidad, donde cada mirada, cada gesto y cada ritual parecen guardar un fragmento de un universo más grande«.
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